
El pasado sábado pasé con la bici por Villorejo. Es un ritual y una necesidad volver a mis raíces, a Argaño, Palacios… de vez en cuando y sobre todo cuando se trata de buscar el amparo y la bendición de la Virgen y de nuestros mayores.
Esta tarde de martes, mientras celebrábamos el funeral por Maximillo, me venían a la cabeza un cortejo de personas que han conformado Villorejo, partiendo desde la casa de mis padres José y Asunción y extendiéndose casa a casa como una especie de expansión circular hasta abarcar todo Villorejo. Me venían mucho nombres a la cabeza, bastantes de los cuales estarán ahora en la tuya que lees esto y otros que habrán hecho más mella en ti o en mí…
Pero todos con la particularidad de ser padres y madres, hermanos e hijos, familia de cada uno de nosotros. Todos con una huella profunda en nuestra vida y un surco hondo en el alma de nuestro pueblo.
Me voy haciendo mayor y cada vez queda menos gente de aquellas generaciones que me hacían joven. Pero sobre todo, aquellas personas que en mayor o menor medida marcaron mi infancia y juventud en Villorejo.
Necesitaba escribir esta «tontería» porque siento el deber de agradecer a Maximillo, a Julia y a tantos que ya se fueron, su paso por mi vida y también a esos que aún permanecen y son el testimonio de una época tantas veces añorada y siempre muy querida. Gracias por lo que habéis supuesto en nuestra vida, aunque tantas veces ni vosotros ni nosotros alcancemos a verlo ni valorarlo.
El que a los suyos parece, honra merece. Ojalá se pueda descubrir en cada uno de nosotros el reflejo benéfico de nuestros mayores, aquellos que nos precedieron y conformaron. Gracias Villorejo, pueblo nuestro.